Artemis es la diosa de la naturaleza, de la luna, de la fertilidad, de la caza y protectora de las mujeres en el parto. Diosa que esconde numerosas paradojas, entre ellas la que nos interesa es su relación con la maternidad, es la  diosa de la fertilidad a pesar de du virginidad, virginidad que adopta por propia voluntad y no por imposición divina. Justo después de su nacimiento y tras haber ayudado a su madre a dar a luz a su hermano Apolo, Artemis queda tan horrorizada por el parto que solicita a su padre Zeus mantener su virginidad para el resto de sus días.

Quizás sea esta ambigua relación con la maternidad, la negación acompañada de la devoción, la que  nos acerca este mito griego a la sociedad contemporánea.

Esta mujer, nuestra Artemis contemporánea, sin arco pero armada de valor lucha por su destino natural, ser madre y al mismo tiempo ocupar el espacio que merece dentro del marco de lo social. Se debate entre el instinto y la razón, “el sueño de la razón produce monstruos” tales como el miedo a la responsabilidad y la perdida de libertad. Su erótico deseo, su impulso natural y por otro lado, el derecho y la necesidad de reflejarse en ciertas normas sociales crea en ella la tormenta que hace convulsionar su cuerpo. Y estos son precisamente los motores que nos mueven para la escritura coreográfica del espectáculo.

Artemis esconde dos diosas en su interior – la oscura, intensa, impaciente, salvaje, impulsiva y del otro lado la delicada, lúcida, pura y serena. Es precisamente a través del equilibrio entre razón e instinto que Artemis alcanza su esencia divina.

Estos atributos que no son más que cualidades puramente humanas son los ejes dramatúrgicos  esta pieza. Artemis, como mito, aparece y desaparece durante la obra, dejando al final solo un reflejo velado detrás del espejo.
La hermosa Artemis siempre rodeada de ciervos, animal del cual ella estaba enamorada, que se convirtió en la manifestación de la diosa en la tierra y al que se rendía culto para honrar a la diosa. En esta parte del mito encontramos de nuevo una paradoja, Reina de la caza y protectora de la naturaleza y de nuevo en su equilibrio reside su grandeza, lo que no impide que Artemis sea capaz de matar sin compasión en un ataque de ira.

Con un arco en la espalda Artemis es a su vez cruel amazona y  hermosa Afrodita.

La Virgen y guardiana de la maternidad, aparece en nuestros sueños, imagen del subconsciente, guiándonos hacia el entendimiento del mito. La escena se construye como en un sueño; la escena es un espacio mítico que refleja el interior y el exterior, en capas superpuestas; el hogar y la sociedad, el subconsciente y lo consciente, el deseo y el deber. Esta Artemis contemporánea, en escena, se confronta a sus miedos, sus obsesiones, usando su instinto como Artemis lo hiciera con su arco, armada de valor para situarse frente al espejo.

La batalla por lo natural es nuestra última oportunidad de seguir existiendo y por desgracia nuestra capacidad de vivir de forma espontánea, mostrar nuestras emociones, escuchar y seguir nuestro instinto es algo que olvidamos la mayor parte del tiempo.